miércoles, noviembre 24, 2010

carta de Marta Dillon

Los últimos ritos Por Marta Dillon Mi madre fue asesinada el 3 de febrero de 1977, a las 2.05 de la madrugada, en la esquina de Santamarina y Chubut, Ciudadela. Su partida de defunción dice: “Múltiples heridas de bala. NN femenino, delgada, 1,65, cabello rubio teñido”. Nada de sus ojos celestes. Tal vez haya apretado los párpados el instante antes de que la fusilaran. A lo mejor estaba oscuro en la morgue o se habían acumulado demasiados cuerpos o les pareció en vano anotar un dato tan estúpido cuando la poseedora de los ojos celestes estaba muerta y a esas pupilas de agua sobre las que caían sus pestañas como una marea sólo les esperaba la corrupción. Mi madre es ahora, concretamente, un cráneo con pocos dientes, un maxilar asignado morfológicamente, tibias y fémures, radios y cúbitos, clavículas. Seguro me equivoco en la enumeración de los huesos, lo cierto es que su torso continúa desaparecido. Ella, no. Ahora puedo trazar un recorrido de sus años de silencio. Sus años bajo tierra. Su asfixia en el anonimato. ¿Dónde estaba yo la noche en que la mataron?, me preguntó una amiga. No puedo saberlo, tenía 10 años y la estaba esperando. Como he esperado hasta ahora aun a sabiendas de que no iba a volver. Algo de ella ha retornado con los restos de su cuerpo, con los rastros de su último día. Mi hermano preguntó si la habían fusilado de frente o de espaldas. Hay cosas que nunca podremos saber. Tiene un disparo en la pierna. Hasta el ’85 su cráneo estaba rosado. Había restos de carne, restos de aquello que yo había besado. Restos que volvieron a la tierra sin una caricia sin un consuelo para la larga muerte del anonimato. Fue exhumada, fotografiada, catalogada y vuelta a enterrar. Se terminó de descomponer en una bolsa, su cuerpo se entreveró con otros que también fueron acribillados la misma noche, que fueron recogidos de una esquina en Ciudadela después de que los represores terminaran su tarea y empezara la suya la burocracia del Estado. Por eso mi madre tiene su partida de defunción firmada y sellada mientras la esperábamos o esperábamos alguna noticia suya. En esa época solía preguntarle a mi padre cuándo íbamos a poder verla. Me imaginaba que estaría presa, al fin y al cabo eran policías los que habían entrado y destrozado la casa en la que vivíamos ella, mis hermanos y yo; su amiga, Gladis Porcel, su novio, Juan Carlos Arroyo. Los tres desaparecidos que el Equipo Argentino de Antropología Forense nos devolvió, 34 años después, para que finalmente podamos despedirnos. Porque hasta ahora no terminábamos de hacerlo. Y ahora mismo, cuando sé que lo que queda de ella descansa en una caja junto a tantos esqueletos todavía sin nombre, a la espera de una inscripción oficial y de los ritos que inventemos para ella; ahora mismo no puedo terminar de despedirme. Aunque el tiempo se haya comprimido de golpe y yo me sienta igual que la niña de 10 años que escuchó su voz por última vez mientras un represor la interrogaba y hasta le prometiera “por mí te daría una rosa, pero vos no me estás ayudando”. Ella no estaba ayudando y eso me basta para saber de un gesto de dignidad que probablemente estrujaran hasta el hartazgo en una mesa de tortura. No quiero pensar de qué se trataba esa rosa pero nunca pude dejar de indagar sobre el ensañamiento de los represores contra las mujeres cautivas. “Toda mi vida se me viene encima”, dijo su amiga Laly cuando supo de la identificación de los huesos de mi madre, en España, donde también estaba yo, aunque la suerte quiso que ese día no podamos abrazarnos. Mi vida también se me vino encima. Y esa última noche sobre la que algunas incógnitas empezaron a disiparse como niebla al mediodía se convierte en nuevas preguntas: ¿Quiénes escucharon los disparos? ¿Quién avisó para que retiraran los cadáveres? ¿Llevaba puesta una de las polleras que ella misma pintaba? ¿Alguien le dio la mano antes de que la ráfaga los desarticulara como a muñecos de estopa? ¿Quién vio sus ojos azules? ¿Quién supo que ya no habría caída de sus pestañas para conquistar en ese gesto todo lo que necesitaba? ¿Tenía los zapatos puestos? ¿Dónde quedaron las plataformas de las que nunca se bajaba? Hay algo de lo real que empieza a tomar cuerpo. Mi madre fue asesinada en la madrugada del 3 de febrero de 1977. Yo tenía diez años. Mi hermano Juan apenas dos. Santiago, ocho. Andrés, cinco. Los cuatro te extrañamos, mamá, y hasta ahora hemos hecho lo que pudimos con tu ausencia y tu presencia intermitente. Hay una página de un libro que ella me regaló poco antes del final, está escrita con su letra y dice: “Para Martita, mi compañera, que está aprendiendo a sentir como propias las alegrías y las luchas del pueblo latinoamericano”. Pomposa dedicatoria para una niña que con 44 quiere seguir siendo Martita y aprender eso en lo que estaba cuando vos estabas conmigo. Ahora acabo de casarme, por primera vez, enamorada y con una familia imposible pero bien constituida: mi amor, Albertina, mis dos hijos con veintiún años de distancia entre ellos, una nieta, tres perros, dos gatas, una cantidad de amigos y amigas sobre los que sé que puedo derrumbarme y levantarme con los ojos cerrados. A nadie le importan estos detalles, salvo a mí porque son la prueba de que he sobrevivido. Más que eso, he vivido todos estos años y buscándote es como fraguó mi familia. O buscando justicia para vos. O buscando un lenguaje en el que poder nombrarte. Alguien me contó una vez que en el campo de concentración donde pasaste tres largos meses, las mujeres se cambiaban de ropa entre ellas para sentir que se vestían por la mañana. O por esa hora difusa que el encierro convertía en mañana. Esa anécdota te nombra, mamá. Lloré como una nena sobre ningún hombro o sobre el de todos mientras los amigos del EAAF me relataban lo que sabían de vos. Amorosamente te rescataron de una fosa común en el cementerio de San Martín. Amorosamente me dijeron “hay un coxal que todavía podría ser de tu mami”, con el mismo amor con que mi amiga Raquel me dijo que quería ser mi velority planner. Un resto de humor negro para salvarnos a todos y a todas de este naufragio en tierra que significa haberte encontrado, mamá. Más calma, Raquel me llamó más tarde para decirme, ella que había sido baleada en el pecho en un enfrentamiento entre policías y ladrones en el que nada tenía que ver, que las balas no duelen. La muerte propia, me imagino, no duele. Lo que duele es la vida que sigue como si nada, diez, veinte, treinta años. Y duele sobre todo porque también ha encontrado sus bálsamos. Todas palabras desordenadas y debidas para el entierro que todavía no sucede, ahora que se cumplen 34 años de tu desaparición y apenas un mes desde que volviste de la asfixia bajo la tierra, del anonimato, del consuelo de un rito que arranque de una vez por todas a la niña que sigue aferrada a la ventana esperando que el toc toc de tus plataformas en la vereda te traiga de vuelta. De todo esto y de todo lo que todavía no puedo nombrar se trata haberte encontrado. De un punto final para un texto que voy a seguir escribiendo, para un duelo del que tal vez empiece de una vez a desprenderme. fuente: http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/contratapa/13-157409-2010-11-24.html

sábado, noviembre 20, 2010

Sentencias a 17 genocidas de Atlético, Banco y Olimpo: "ABO"

Martes, 21 de diciembre · 14:00 - 19:00 Tribunales de Comodoro Py 2002, Retiro, Ciudad de Buenos Aires Juicio a 17 represores de esos ex Centros Clandestinos de Detención y Tortura, pertenecientes a la Policía Federal y al Primer Cuerpo del Ejército. Tribunales de Av. Comodoro Py 2002, Retiro. El 23 de noviembre comenzarán los alegatos de las Defensas de los genocidas. Más información sobre el juicio en www.cels.org.ar/wpblogs/abo... Son juzgados: Juan Carlos Avena Conocido como “Capitán Centeno”, se trata de un ex adjuntor principal del Servicio Penitenciario Federal (SPF), integrante del grupo de tareas que operó en los centros clandestinos El Banco y Olimpo. Se encuentra detenido en el Instituto de detención de la Capital Federal, conocido como “la cárcel de Devoto” dependiente del SPF. Guillermo Víctor Cardozo Recordado con el alias de “Cortez”, miembro de la Gendarmería Nacional, también integró el grupo de tareas que operó en los centros clandestinos El Banco y Olimpo. Se encuentra detenido en Complejo Penitenciario II de Marcos Paz, dependiente del SPF. Enrique José Del Pino Teniente coronel retirado del Ejército, se desempeñó como jefe del grupo de tareas que operó en los centros clandestinos El Banco y El Olimpo. Se encuentra procesado en otras varias causas que tramitan en la Capital Federal. Está detenido en el Instituto Penal de las Fuerzas Armadas de Campo de Mayo, una dependencia del Ejército que se encuentra bajo la órbita del SPF. Luis Juan Donocik Era conocido como “Polaco chico”, mientras integró el grupo de represores que operó en todo el circuito clandestino de los tres centros clandestinos, Atlético, El Banco y Olimpo. Este ex comisario de la Policía Federal se encuentra detenido en el Instituto de detención de la Capital Federal. Juan Carlos Falcón Alias “Kung Fu”, por su costumbre de golpear a los detenidos con tomas de ese arte marcial, se trata de un ex oficial de la Policía Federal, integrante del grupo de tareas que tuvo a su cargo la represión en los centros clandestinos Atlético, El Banco y Olimpo. Raúl González Recordado como el “Negro”, se trata de otro comisario de la Policía Federal que también operó en los tres centros clandestinos que componen este circuito represivo. Está detenido en el Complejo Penitenciario II de Marcos Paz. Raúl Antonio Guglielminetti El “Mayor Guastavino”, como lo recuerdan los sobrevivientes, se desempeñó como Personal Civil de Inteligencia del Ejército en el centro clandestino Olimpo. Se lo recuerda como un ser siniestro, y como custodio del ex presidente Raúl Alfonsín. Estuvo prófugo de la justicia hasta agosto de 2006, hoy está detenido en Marcos Paz. Se encuentra imputado también por la causa que investiga los crímenes cometidos en el centro clandestino conocido como Automotores Orletti. Eduardo Kalinek Otro de los miembros del grupo de tareas que operó en los tres centros clandestinos, conocido como “Dr. K”. Ex comisario de la Policía Federal, se encuentra detenido en el Instituto de detención de la Capital Federal. Samuel Miara “Cobani”, como lo recuerdan los sobrevivientes, fue jefe de guardia de los tres centros clandestinos que componen este circuito clandestino. Combinó su rol de represor con el de apropiador, y se encuentra imputado en la causa que investiga la apropiación y sustracción de identidad de los mellizos Reggiardo Tolosa. Se encuentra detenido en el Complejo Penitenciario I de Ezeiza, también dependiente del SPF. Eugenio Pereyra Apestegui Se trata de otro ex miembro de Gendarmería, conocido como “Quintana”. Fue guardia de los centros clandestinos El Banco y Olimpo. Se encuentra detenido en Marcos Paz. Oscar Augusto Isidro Rolón Conocido como “Soler”, es un ex suboficial de la Policía Federal, integrante del grupo de tareas que operó en los tres centros clandestinos. También está detenido en Marcos Paz. Roberto Antonio Rosa Alias “Clavel”, se trata de otro comisario de la Policía Federal que también operó en los tres centros clandestinos que componen este circuito represivo. Está detenido en el Complejo Penitenciario I de Ezeiza. Julio Héctor Simón Conocido como “el turco Julián”, es recordado como el torturador más salvaje y perverso de este circuito clandestino. Es una de las caras más visibles de la represión, y hasta se mostró en la televisión de los años noventa. Simón enfrenta su tercer juicio oral. Fue el primer represor en ser condenado desde la reapertura de las causas penales por estos crímenes, por la privación ilegal de la libertad del matrimonio de Gertrudis Hlaczik y José Poblete, y por la sustracción de la hija de ambos, Claudia Victoria. Obtuvo una segunda condena en 2007, en la causa conocida Batallón 601, en la que se juzgó a la cúpula de esta dependencia de inteligencia del Ejército. Se encuentra detenido en Marcos Paz. Ricardo Taddei Recordado como el “Cura” o el “Padre”, integró la patota del grupo de tareas, y operó en todo el circuito represivo. Estuvo prófugo de la justicia hasta febrero de 2006, cuando fue detenido en un departamento en Madrid. Su extradición fue aprobada por la justicia española el 28 de marzo de 2007. Hoy, este oficial de la Policía Federal espera el juicio detenido en Marcos Paz. Eufemio Jorge Uballes “Anteojito”, como lo recuerdan los sobrevivientes, es un ex subcomisario que integró el grupo de tareas del circuito Atlético-Banco-Olimpo. Se encontraba detenido en la provincia de Salta, pero durante el transcurso del juicio será alojado en el Complejo Penitenciario de Ezeiza. fuente y foto: http://www.facebook.com/event.php?eid=170816062937106

Homenaje

viernes 26/11 a las 12hs al baldozaso en homenaje a los trabajadores de la seguridad social, detenidos desaparecidos o asesinados durante la última dictadura militar. Lo organiza ATE ANSES. El acto consiste en "plantar baldosas" que recordarán a cada uno de estos militantes populares. El lugar es en el edificio central de ANSES, Av. Córdoba 720, a las 12 horas. fuente y foto:http://www.facebook.com/photo.php?pid=1624710&o=all&op=1&view=all&subj=104007656330708&id=1080482735

jueves, noviembre 11, 2010

Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, declaró en la causa ESMA

Habló de la desaparición de su hijo, de su propia búsqueda, de la complicidad de la Iglesia y de la actitud de los medios de comunicación. Relató el acercamiento de Astiz a las Madres y los secuestros en la iglesia Santa Cruz. Por Alejandra Dandan Nora Cortiñas juró por los treinta mil desaparecidos decir toda la verdad ante el Tribunal Oral Federal Nº 5 que juzga los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada. Como nunca, repasó las de-satinadas respuestas de los grandes diarios a los pedidos de las Madres de Plaza de Mayo en los primeros meses de la dictadura, y criticó la perversa postura de la Iglesia argentina, a la que mencionó como “partícipe de la dictadura”. También habló del secuestro de su hijo, y de uno de sus muchos comienzos. En el momento en el que se sentó frente a otra compañera de búsqueda, en un bar de la Avenida de Mayo, la miró y le preguntó cuánto hacía que estaba buscando a su hijo. “¿¡Ocho meses!? –se sorprendió–. ¿Y cómo no te volviste loca?” La otra le dijo simplemente que no: “Tenemos que seguir, y no nos volvemos locas porque tenemos que buscar a nuestros hijos”. El represor Ricardo Cavallo estaba plantado frente a su computadora como en cada audiencia. No estaba ninguno de los otros represores del principal centro clandestino de la Marina. Ni tampoco los camaradas que suelen acompañarlos desde la platea alta desparramados entre las sillas, entre cuchicheos y sornas sobre lo que van diciendo los testigos. La sala destinada al público en cambio estaba repleta, y en silencio. El secretario del tribunal leyó la provocadora resolución con la que empieza cada día: prohibidos están adentro los disturbios o manifestar de cualquier modo opiniones o sentimientos. Sí, sentimientos. Apenas empezó, Nora Cortiñas dijo que estaba ahí porque uno de sus hijos, Carlos Gustavo, está desaparecido desde el 15 de abril de 1977. Era estudiante de ciencias económicas, y militante de la Juventud Peronista. Cortiñas fue convocada al debate oral por el juicio de la ESMA como testigo por la infiltración de Alfredo Astiz entre las Madres de Plaza de Mayo y el secuestro del grupo de la Iglesia de la Santa Cruz, entre los que estaba la monja francesa Alice Domon. Pero para llegar a ese momento, explicó su propio recorrido, las gestiones en la comisaría de Castelar, una visita al obispo de Morón, Miguel Raspanti, los hábeas corpus. “Empezamos toda esa vida de búsqueda, día a día, permanente, de la mañana a la noche, de la madrugada a la otra madrugada, yendo del Ministerio del Interior a la oficina de ese monseñor Emilio Graselli, que tenía sotanas y botas.” Graselli, cuya presencia como testigo fue pedida al término de la audiencia, “nos hacía volver cada quince días y de repente decía: ‘Acá me aparece una crucecita roja, que quiere decir que a lo mejor está muerto’. Y a la otra semana, me dice: ‘A lo mejor lo sacan limpito y lo llevan a marcar algún amigo a la calle, pero está cuidado, y le darán comida, ¡quédese tranquila señora!’”. Y ella dijo: “¡Eso lo hacía un monseñor!”. Un pariente le dijo que un grupo de madres en la misma situación se estaba reuniendo en la Plaza de Mayo. Conoció a Azucena Villaflor, a María Adela Antokoletz y Ketty Neuhaus, entre otras. Poco después entendió que la búsqueda iba a ser larga. “Quizá el propósito de esta gran represión era que nos volviera locas, pero no nos volvimos locas porque cada día tuvimos más trabajo.” “Hacia junio o julio de ’77 –dijo– apareció un hombre joven que tendría la edad de nuestros hijos, apuesto y muy deportivo, decía que era hermano de un desaparecido y nos quería traer su testimonio.” Ellas le decían: “Andate de acá que es peligroso”. No querían que las acompañaran ni sus otros hijos porque tenían miedo de que se los llevaran. Pero el joven insistió. “Caminaba en el medio de nosotras, nos agarraba del brazo, y nosotras éramos muy ingenuas, todavía somos un poco ingenuas.” Se presentó como Gustavo Niño, y algunas veces llegaba con una chica muy pálida, muda, calladita, que presentó como su hermana. Les dijo que sus padres eran de Mar del Plata, que por eso no estaban ahí. Las madres estaban preparando una solicitada con un listado con los nombres de los desaparecidos. “Tenía que llevar nombre de madre y padre y documento. Nos encontrábamos en la puerta del zoológico, en una Iglesia, en distintos lugares públicos para que no se notara.” A la plaza, mientras tanto, iba la monja Alice Domon. En esas rondas, dijo, Gustavo Niño tenía predilección por Azucena, se le aparecía en la casa y alguna vez pidió quedarse a dormir. En Clarín no les publicaban textos con nombres. Para juntar el dinero, un grupo de familiares empezó a reunirse en la Santa Cruz, cuyos sacerdotes fueron solidarios. “Es un lugar que nada que ver con la Iglesia que tenemos, que fue partícipe de la dictadura –dijo–, que entró en los campos de concentración, que entró en la tortura; Bergoglio que entregó a los propios sacerdotes, o sea que la cúpula de la Iglesia, salvo cinco obispos, todos tuvieron que ver, todos permitieron que se robaran a los nietitos y después se oponen al aborto.” Llegó el día de redactar la solicitada. El 8 de diciembre, Nora fue con Azucena y Carmen Lapacó a la iglesia María Betania. Alice Domon y María del Rosario Carballeda de Cerrutti se fueron a la Santa Cruz. Esa noche, en casa de los Mignone, se reunió un grupo a terminar con las listas. “Serían las nueve de la noche o diez –dijo–, tocan timbre, aparece María del Rosario desencajada muy mal, descompuesta. Gritaba: ‘¡Se las llevaron, se las llevaron’!” Ese 8 de diciembre, la Santa Cruz estaba llena. Se llevaron a nueve personas. Gustavo Niño estaba ahí, y Nora supo que había besado a las madres, y que con eso las estaba marcando. En medio del pánico, dijo, se fueron a la casa de otra de las madres a terminar con las listas. A las diez de la mañana del día siguiente se reunieron en la puerta del diario La Nación. Estaban Azucena, María Adela y Nora, entre otras. Dijeron que iban a poner la solicitada. “El empleado mira y dice: ‘No, señoras, esto así no podemos recibirlo, tiene que ser tipeado’. ¡Eran 804 nombres!” Su esposo trabajaba como intendente del Ministerio de Hacienda y Economía. Lo llamó. “Mirá, Carlos”, le dijo, “sucede algo terrible: no nos ponen la solicitada si no está a máquina”. Tres empleados del ministerio lo ayudaron a transcribirla. Cerraron la puerta con llave. Ellas se fueron y volvieron después. Pero no les querían aceptar el dinero porque tenían billetes chicos y monedas. Finalmente, la solicitada salió. Al otro día, secuestraron a Azucena. “Yo les digo una cosa, señores jueces –dijo después–, qué terrible esa represión: se llevaron a los hijos, a los hijos de esos hijos, ¡y llevarse a las madres que buscaban a sus hijos!” fuente: http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/elpais/1-156680-2010-11-11.html foto:Internet

jueves, noviembre 04, 2010

Gracias en nombre de todos ellos y ellas!!!